Para vivir, hermano, para vivir...
Un cuento sobre la importancia de seguir tu curiosidad genuina.
Hoy te comparto mi cuento favorito.
Un cuento que nos deja diferentes aprendizajes sobre la importancia de mantener la curiosidad de un niño y de perseguirla hasta las máximas consecuencias.
Al final, consigas o no llegar a la meta por la que empezaste la travesía, las experiencias que te deja el camino ya merecen la pena.
👋🏼, soy Adrián y este es el espacio en el que comparto reflexiones y aprendizajes relacionados con el desarrollo personal y profesional.
—Papá...
—Dime.
—¿Me cuentas un cuento?
—Así que no eres tan niña, ¿eh?
—¿Solo se les pueden contar cuentos a los niños pequeños?
—No, tienes razón, te cuento uno.
—¿Uno?, no; dos, hoy quiero dos.
—¿Dos? —Sí, dos, porfa, porfa, porfa...
—Bueno, un cuento y una historia, ¿vale?
—¿Me lo prometes?
—Sí, claro.
—Aunque me duerma...
—Aunque te duermas.
Me dio un fugaz beso en la mejilla y un abrazo tan fuerte que consiguió rodear no solo mi cuerpo, sino también mi vida. De un salto se metió en la cama y se tapó con el edredón hasta la nariz, lo justo para que el aire entrara en su cuerpo, lo justo para poder seguir mirándome con los ojos —todavía— abiertos.
—Bueno, este es uno de los cuentos que tu abuelo más veces me contó cuando yo era pequeño.
—¡Vale, vale! ¡De los del abuelo!
—Bien, empecemos.
Había una vez dos hermanos que trabajaban en el campo desde hacía ya muchos años, en el mismo campo en el que lo hicieron sus padres y también sus abuelos. No eran ni ricos ni pobres, trabajaban la tierra cada día y eso les daba para poder vivir cómodamente. Un día, cuando llevaban más de dos horas preparando la tierra, uno de ellos encontró una botella enterrada, una botella con un papel en su interior.
—¡Vaya!, como los mensajes que hay en las botellas que se tiran al mar —me dijo ella.
—Sí, como esas, pero esta botella no la encontraron en el mar, esta botella la encontraron enterrada, eso era lo extraño. Ambos pararon de trabajar y se la llevaron al interior de la casa. Allí, al ver que no podían sacar el papel con facilidad, decidieron romperla para ver qué había dentro.
—¿Y qué había? ¡¿Qué había?!
—Era el plano de un tesoro.
—¡Halaaa! —exclamó con la voz y, sobre todo, con los ojos.
—Sí, era un mapa en el que había una cruz que indicaba la posición exacta del tesoro, el problema es que el lugar estaba muy, muy lejos de donde ellos vivían.
—¿Muy lejos? —Sí, muchísimo.
—¿Y qué hicieron?
—Bueno, el hermano mayor perdió el interés rápidamente, pero el pequeño se quedó durante bastante tiempo observando el mapa.
—Vaya, ¿y si vamos a buscarlo?, exclamó.
—¿Para qué?, le respondió el mayor, eso no es más que una hoja que ha podido dibujar cualquiera, seguro que solo es una broma.
—Pero, ¿y si de verdad hay un tesoro?
—Deja de decir tonterías y sigamos a lo nuestro que se nos echa la tarde encima. Y así lo hicieron, ambos volvieron de nuevo al trabajo. Pero el hermano pequeño se guardó en el bolsillo el plano del tesoro y, cada día, al acostarse, lo miraba, lo comparaba con los planos de sus libros y veía que podía ser cierto: los países, la ruta para llegar... todo coincidía. Cuando ya había pasado más de un mes desde que encontraron el mapa, este habló de nuevo con su hermano mayor.
—¿Sabes?, voy a ir a buscar ese tesoro, le dijo.
—¿Qué?, ¿pero aún estás con eso?, ¿vas a dejar todo esto, tu casa, a tu familia, a tus amigos... simplemente por un trozo de papel? ¿Vas a dejarlo todo para nada?
—Pero ¿y si hay un tesoro?, ¿y si es cierto?
—Durante una semana toda la familia, amigos, vecinos... prácticamente todos los habitantes del pueblo intentaron convencerle de que no lo hiciera, de que era una locura... Bueno, no todos, los niños sí que le animaban a ir; de hecho, cada día, muchos niños se reunían a su alrededor y le preguntaban cómo iría, cuánto tiempo tardaría en llegar, dónde se encontraba exactamente el tesoro... Finalmente, un día, tras haber vendido todo lo que tenía y conseguir el suficiente dinero para el viaje, se marchó a la búsqueda del tesoro.
—¡Muy bien, muy bien! —contestó ella desde esa edad en la que todo es posible, en la que las distancias se miden en pasos y las horas en ratos, desde esa edad donde palabras como «límite» o «peligro» todavía no tienen significado.
—Y así comenzó su camino, un camino que duró más de dos años. Dos años en los que pasó por muchos países, dos años durante los que aprendió a montar a caballo, en camello... —¡En camello!
—Sí, y también viajó en moto, en tren, en bicicleta e incluso subió en un globo.
—¡Vaya, en globo! Yo también quiero subir en globo, papá, yo también quiero subir en globo. ¿Puedo, puedo...?
—Algún día, algún día... —le contesté y, de inmediato, me di cuenta de que aquella no era la respuesta correcta—. Sí, lo haremos.
Durante aquellos dos años aprendió a hablar en inglés, en francés y también en chino. Y lo más importante de todo, cada vez que paraba en alguna ciudad, conocía a muchas personas que acababan convirtiéndose en sus amigos. Finalmente, tras más de dos años de camino, llegó a donde se suponía que debía encontrar el tesoro.
—¿Y lo encontró, papá? ¿Lo encontró?
—Espera, espera. Había llegado a la ciudad, pero aún debía ir al lugar exacto que indicaba el mapa, una pequeña y preciosa playa.
—¿Y estaba allí, papá? ¿Estaba allí, el tesoro?
Me mantuve en silencio, intentando generar la intriga suficiente para que me volviera a insistir.
—¡Va, papá! —me gritó.
—Pues no —le dije al fin—, estuvo cavando en muchos, muchos sitios, permaneció en aquella playa más de cinco días y cinco noches y allí no encontró nada.
—Vaya... (Y noté la tristeza de todo su cuerpo reflejada en sus ojos) ¿Y qué hizo?
—Decidió que como había llegado hasta allí se quedaría una temporada a vivir, pues no le apetecía pasarse dos años más viajando para volver de nuevo a casa. Al principio comenzó trabajando para un hombre que hacía pequeñas vasijas de barro y, en unos pocos meses, aprendió el oficio. Después también trabajó para un carpintero, para un herrero y así, poco a poco, fue conociendo varios oficios. Finalmente, lo que más le gustó fue la carpintería, y a los dos años montó su propia empresa. Una carpintería que hacía las puertas y ventanas más bonitas de toda la ciudad.
—¡Qué bien!
—Y además de ganar bastante dinero, se convirtió en uno de los hombres más respetados de la zona.
—¡Bien!
—Sí, pero a los tres años las cosas le comenzaron a ir mal, pues de Oriente llegaban puertas también muy bonitas y mucho más baratas. Poco a poco perdió todo lo que había conseguido.
—Vaya... —asintió con pena.
—Pero volvió a empezar de nuevo con más ganas aún, y esta vez, en lugar de fabricar puertas y ventanas, se dedicó a comerciar con telas. Viajó por nuevos países y eso le permitió conocer a mucha más gente, y al poco tiempo volvió a tener éxito. Y así pasó muchos años, viajando de aquí para allá, comerciando, buscando nuevos productos y haciendo cada vez más amigos.
—Entonces, al final le salió todo bien, ¿no? —me preguntó ella con unos ojos que poco a poco se le iban cerrando.
—Sí, hasta que llegó el día en el que se dio cuenta de que se estaba haciendo mayor y ya tenía muchas ganas de volver a casa para ver a su familia. Dejó la empresa a sus amigos y se llevó el dinero necesario para el viaje. En esta ocasión todavía tardó más en regresar, pues volvió a visitar a todas esas personas que le ayudaron al principio, para darles las gracias y pasar unos días con ellas. Y, finalmente, una calurosa mañana de verano, llegó a su ciudad. Se acercó a la casa de su hermano mayor y en cuanto se vieron corrieron a abrazarse.
—¡Hermano, querido hermano! ¡Pero cuánto tiempo! ¡Cuánto tiempo sin vernos!, le dijo.
—Sí, cuánto tiempo, pero ya estoy aquí, para quedarme contigo.
—¡Cómo te he echado de menos!
—Y yo a ti querido hermano, y yo a ti... Y se fundieron de nuevo en otro gran abrazo.
—¿Y qué tal?, ¿cómo ha ido todo por aquí?, preguntó el hermano que acababa de volver.
—Pues bien, seguimos trabajando las tierras, no podemos quejarnos, yo me he hecho una casa más grande y he comprado algún terreno más. Pero no hablemos de mí, hablemos de ti, de tu aventura, de todo lo que has hecho, y sobre todo, de ese tesoro, ¿lo encontraste, hermano?, ¿encontraste aquel tesoro de la botella?
—No, la verdad es que no, quizás aquel plano era falso, o quizás alguien ya había ido a buscar el tesoro antes, o quizá nunca existió.
—Ves, te lo dije, te lo dije, no tendrías que haberte ido. Toda la vida fuera para qué, ¿para qué, hermano? ¿Para qué? El hermano menor le miró fijamente a los ojos, le cogió de los hombros y, con lágrimas en los ojos, le dijo: para vivir, hermano, para vivir...
He creado una nueva newsletter en la que hablaré sobre el arte de tener una mente organizada en un mundo lleno de ruido y caos, en ella te daré consejos y herramientas para que puedas conseguirlo. Pronto publicaré el primer post, si no quieres perdértelo, puedes suscribirte aquí.
🗞 Contenido en busca del “¡Eureka!“
Al principio de la película, Shizuku se cruza con un divertido gato. Ella tiene una tarea que realizar, encargo de sus padres, pero decide posponerla para perseguir al animal. Una decisión, a ojos del adulto, poco responsable. Siguiendo al felino cruza jardines privados y sube colinas empinadas, perdiéndose por un extraño vecindario, entrando finalmente a una misteriosa tienda de antigüedades. Allí conoce a Shiro, viejo comerciante, que jugará el rol de mentor literario.
Alicia es una niña feliz y despreocupada. No quiere estudiar la aburrida lección y se distrae con las tentaciones del verano. Aparece un conejo, cae por la madriguera y empiezan los benditos problemas. «Curiosity leads to trouble». Es el consejo que reciben los niños. Es el consejo que, por suerte, ignora Alicia.
El peso de la responsabilidad.
La libertad tiene un precio y muchos no quieren pagarlo. La libertad es una carga y muchos quieren quitársela de encima.
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Nos vemos el próximo Domingo con una nueva cápsula de conocimiento.